Desde chico supe que lo mío era la comunicación. Recuerdo que, apenas con nueve años, me quedaba sentado en el living de mi casa mirando fijamente un gigantesco radio reproductor que teníamos. En él, escuchaba programas de radio, viejos discos de acetato y hasta música en formato cassette. En esa casa, ahora que lo pienso, pasé los mejores años de mi vida.
Recuerdo también que, una mañana, papá trajo a casa un pequeño micrófono que había comprado para que cantáramos karaoke. Aún hoy guardo en mi memoria el momento en el que lo conectó por primera vez al enorme aparato para probar si funcionaba; aún hoy recuerdo cómo vibraban los parlantes, cómo se convertía su voz en un sonido amplificado como por obra de alguna especie de superpoder. Creo que fue ahí cuando empecé a entender lo poderosa que podía llegar a ser la voz humana como instrumento de comunicación: fue ese mi primer acercamiento al mundo de la radio.
Recuerdo, además, que, una tarde, papá vociferó alegremente: «¡Esta canción que está sonando en la radio me encanta!». Enseguida corrió a buscar un viejo cassette de música que ya no escuchaba, lo introdujo en la cajetilla de aquel viejo equipo de sonido y, con un juego de teclas, logró que la canción se grabara en el cassette. Para mí eso fue magia. Imagínate, la canción terminaba, él presionaba dos botones y hacía que se reprodujera de nuevo, pero ya en su versión grabada.
En ese momento me encantaba cuando la voz del locutor se mezclaba con los últimos acordes del tema musical, es decir, empezaba a sentir curiosidad por el trabajo del DJ de radio. De hecho, cuando mi madre y mi padre no estaban, yo jugaba a ser uno de ellos con aquel micrófono del que te hablaba. Yo ya había visto a mi padre grabar de la radio sus canciones favoritas, así que apliqué lo aprendido para grabarme a mí mismo. Recuerdo que, cuando pronuncié aquellas primeras palabras, obviamente imitando a los locutores de ese entonces, no me emocioné tanto como cuando las escuché una vez que terminé de grabarlas. Sí, escucharme era fascinante y hasta por momentos me hacía sentir famoso, popular, aunque no tuviera oyentes todavía. Así continué durante muchas tardes, aprovechando el tiempo en el que mis padres se iban a trabajar, y mi abuela (que era la persona que me cuidaba) tomaba la siesta. Claro, yo jugaba a ser un DJ de radio sin saber que eso a lo que estaba jugando era realmente una profesión. Todo esto se descubrió cuando mi padre quiso escuchar su cassette con las canciones que había grabado y se encontró con la voz de su hijo jugando a ser DJ.
Si alguien me hubiera dicho en ese momento que muchos años después seguiría hablando de un tema que me apasiona como es la voz, quizá, por mi inocencia, lo hubiera puesto en dudas. Pero qué lindo es poder mirar atrás y saber que hoy puedo transmitir los conocimientos que he adquirido gracias a la experiencia acumulada desde aquel preciso instante.
Pasaron los años, y mi fanatismo por la magia de la radio siguió creciendo. Cada vez que giraba la perilla del dial, me topaba con voces y estilos musicales diferentes, con todo un mundo de contenidos adictivos que podía explorar las 24 horas del día. Escuchando a ciertos locutores de la estación de radio que pronto se convertiría en mi favorita, encontré por fin el estilo que más me gustaba —un estilo fresco, joven, rebelde, polémico—, y empecé, de alguna manera, a imitar a esos talentos de voz. Titulé mi programa de radio improvisado como si realmente existiera, es más, como si se transmitiera desde aquella estación de radio que tanto yo escuchaba (estación para la que, dicho sea de paso, yo terminaría trabajando años más tarde).
El tiempo siguió su curso, y la radio continuó ilustrándome con su constante evolución y su imparable presencia en el mercado. Llegaron los años noventa. Mi familia notó mi gusto por la comunicación y advirtió que tenía talento, talento que se fue desarrollando gracias a esos maestros que ya estaban detrás de los micrófonos, maestros que no me conocían, pero que yo escuchaba para tomar aquello que me fascinaba de sus voces. Podría decirse que cada uno de sus programas era como una lección privada para mí.
Siempre supe que la radio era el lugar donde yo debía estar, no solo porque soy un melómano, sino también porque me gusta mucho conversar. Te decía que luego de algunos años terminé trabajando en aquella emisora de radio que tanto me gustaba, y no creo en las casualidades, yo desde chico aboné el terreno para que eso sucediera (y puedo asegurarte que uno crea la realidad en la que vive).
Mis primeros pasos en el podcasting los di precisamente de la mano de la radio. Mientras trabajaba en una emisora, subía parte de ese contenido a galerías de podcasts, y lo que más me atrajo de ese interesante proceso fue que mi audiencia no se limitaba al alcance de una antena, sino que mi voz, ya en formato podcast, podía traspasar fronteras y llegar a lugares a los que nunca hubiera pensado llegar de otra manera. Hoy, en plena globalización, esto ya lo entendieron casi todos, y, de hecho, hay una audiencia online que está esperando a gente como tú, para que le cuentes con pasión, entusiasmo, profesionalismo y personalidad todo aquello que le quieras contar.
Suelo decir que la práctica hace al maestro. Sin embargo, antes de ponernos a practicar, tenemos que aprender. Ese proceso de aprendizaje y de corrección es inevitable, sobre todo, en una profesión en la que predomina la creatividad, una profesión en la que, con casi un único recurso (nuestra voz), debemos transmitir un sinfín de emociones a quienes nos escuchan.
Este libro es principalmente una guía en la que encontrarás algunos consejos que pude aplicar durante mi desarrollo profesional y que me han servido, como fanático de la radio, para adaptarme al específico lenguaje del podcasting. Me gustaría que lo consideraras como un mapa para este viaje que emprenderemos juntos, viaje en el que, entre otras cosas, redescubrirás el poder de la voz y la importancia de la creatividad.
Te invito a que te tomes el tiempo necesario para leer cada uno de sus capítulos, por muy cortos que te parezcan, de manera que, cuando enciendas el micrófono e inicies tu aventura, te sientas seguro en todos los aspectos. Bienvenido al fascinante mundo del podcasting.
R. M.